sábado, 19 de mayo de 2007

La atmósfera protectora

Si algo impide el paso de asteroides asesinos, es la atmósfera. Imaginemos que nos lanzamos a una piscina desde diferentes alturas: cuanto más alto subamos, más dura nos parecerá el agua. Algo similar ocurre con el aire, que es menos fluido a medida que aumentamos la velocidad para desplazarnos por él. A mayor rapidez, menor penetración. Para los meteoritos que llegan a una velocidad de hasta 100.000 km/h, el aire es tan intransitable como la arena de una playa de guijarros. La resistencia que ofrece es tal que el aerolito se frena de golpe y su energía cinética se transforma en calor: la temperatura asciende a millares de grados en menos de un segundo y este brusco cambio funde la superficie del meteorito. El aire que tiene delante se comprime y calienta, y la consecuencia es que alrededor de la piedra se forma un campo luminoso. Eso son en realidad los que nos parecen los astros más brillantes y que, al irse fundiendo y desplazando, dejan tras de sí un polvo incandescente que forma la cola luminosa y brillante de las estrellas fugaces.

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